Por Matías Cambiaggi *
La sabiduría de los cautos y los quemados con leche
Los análisis que, a lo largo de su larga, increíble historia, intentaron tomarle el pulso a las crisis de un peronismo que fue siempre identidad, pero antes movimiento, tuvieron en común y casi como una marca de estilo, a las preguntas como articuladoras de sus argumentos. Preguntas que, en algunos casos y durante algunas crisis de final abierto, desbordaron la tradición para reproducirse en comunidad como los hongos y con motivos varios, pero salvadas y contenidas, a pesar de todo, por una sabiduría fortalecida en la experiencia, que afirmaba y afirma que son siempre las preguntas, antes que las respuestas, las que ordenan el debate y le marcan sus límites.
Las preguntas, digamos, conducen, la oscuridad acompaña y el colectivo social, en tanto sea capaz de imaginar las correctas, pasa de pantalla, para la grandeza de la nación y la felicidad del pueblo argentino.
Dicho esto, y enterradas las primeras estacas, ¿qué preguntamos y cómo? ¿Necesitamos preguntas que induzcan respuestas claras y medibles o, por el contrario, son preferibles las inestables, capaces de expandir, incluso, los límites sugeridos por las propias preguntas?
Un desvío arqueológico
¿Cómo dialoga el presente del peronismo con su tradición y sus interpretaciones? Tomemos, a modo de ejemplo, y para ver a dónde nos lleva, sólo uno de sus afluentes, el de la divisa Paz y Administración. ¿Puede concluirse una continuidad simple, entre los contenidos de aquel Estado y el peronismo sin ejercer reparos, asteriscos y salvedades? Lo deseable, supo leer Perón, no es lo permanente, sino la excepción. Lo permanente es, en cambio, el caos, según estableció Rodolfo Kusch hace décadas, a pesar de todos los intentos del hombre blanco por olvidarse de su fragilidad y confiarse en sus certezas de hormigón, y europeísmo importado. Sucede, sin embargo, que muchos de los intérpretes de Perón nunca lo leyeron y mucho menos a Kusch.
Quienes, por un lado, olvidan u ocultan aquellos reparos, asteriscos y salvedades, como Micky Vainilla Pichetto, son quienes identificaron al peronismo como una “máquina de poder”, asimilándolo sin vueltas ni matices al PAN. En extremo opuesto, quienes olvidan, en cambio, la divisa y subrayan reparos, asteriscos y salvedades, son quienes lo interpretaron como un jacobinismo estatal y pampero que no sólo nunca se verificó, sino que tampoco pudo comprender las derivas de cualquier proceso de institucionalización.
El peronismo real encontró siempre su lugar entre universos caóticos y aparentemente enfrentados, aunque dispuestos a encontrar un diálogo. Por eso es necesario buscar su definición en la irrupción, antes que en su cauce. El peronismo buscó o fue, de hecho, siempre el cauce de una fuerza que, en distintos sentidos, lo precedió. Y lo fue de un modo particular. Quizás como partido del orden, pero no conducido por la gorra policial. Sino por comuneros, que se saben de los dos lados del mostrador del Estado, sin ponerse colorados. Comuneros atravesados por una lógica tan virtuosa como, en esencia, breve. Por eso el agonismo en su faceta estatal, por eso su recreación social desde el llano.
No hay demasiada novedad hasta aquí. Todos sabemos una de Sui Generis y también que el 17 de octubre dio lugar a los dos primeros gobiernos de Perón, el Cordobazo, entre otros estallidos, su regreso después de 18 años, los saqueos, Menem y el 20 de diciembre de 2001, en perspectiva y con el diario de algún lunes de hace veinte años, al gobierno de Néstor Kirchner, que después con Cristina Fernández se extendió a lo largo de una década larga.
El cancionero nacional está lleno de hitazos peronistas, como puede verse en este listado apresurado de fechas y nombres. Sin embargo, a pesar de toda la estabilidad que sugieren las continuidades, entre los dos extremos, la canción que abre y la última de los bises, lo que se coló fue un fracaso de proporciones y su consecuencia, la degradación constante y progresiva del edificio social.
En la sistemática irrupción de la parte y su exigencia de reparación histórica, interpretada por el peronismo, como la única posibilidad de dar fin y sentido al rompecabezas nacional, entre el 45 y el 2001 lo que se abrió lugar a fuerza de proyectos “modernizadores”, de militares y radicales sobre todo, pero también del propio peronismo, fue el museo del Estado social y algunos de sus principales animadores, los obreros musculosos de Carpani.
Quien depositó metalúrgicos, en el recorrido de la fábrica al barrio recibió doñas de comedores, hijos con mocos, Okupas como Ricardito y El pollo y un montón de jubiladas insumisas. Todos ellos y ellas sin ilustraciones ni grabados, pero con la misma épica de aquellos.
El peronismo modelo 2000, aunque formateado en un imaginario muy distinto, también supo interpretar a este sujeto, pero claro, con dificultades y límites varios. Aceptando a regañadientes que aquel mundo del General ya no era y sin biblioteca a disposición para pensar alternativas estratégicas para el cambio de rumbo exitoso y la interpretación de los- en aquel momento- nuevos protagonistas.
Las claves del comienzo del nuevo milenio argentino, con la sociedad movilizada en las calles y dispersa en las urnas entre cinco candidatos, implicaron para Kirchner, en relación a la construcción política, un trabajo adicional al que llevó adelante Perón para el apuntalamiento de un nuevo sentido común y la paciente costura de los propios para que se asumieran como tales, a pesar de toda su fragmentación. Cito de memoria: Vengo a gobernar, pero no por eso a dejar en la puerta de la casa de gobierno mis ideales; vengo sin odio, pero sí con memoria; quiero un país en serio, pero también un país más justo. Otro tiempo, otras costuras. Pero todo concluye al fin. Según Vox Dei, la aventura arqueológica termina justo acá.
Se viene el estallido
La noticia de las PASO de 2023, aunque con muchos indicios antes, es que todo aquello terminó. La irrupción de Milei señala, a los gritos, un cambio de escenario. Nada menos que un nuevo “Que se vayan todos”, aunque llegue con una banda de sonido de canciones viejas, cantada por gente ya muy grande. Pero no es menos que eso.
Con el dato puesto, la única estabilidad que constituía al peronismo fue quebrada por la historia, por sus oponentes y por el propio peronismo. Al menos por ahora y con todo lo provisorio de la noticia en proceso, fracasó en sus dos aspectos constitutivos: como partido del orden, al mismo tiempo que como rastreador de todas las rebeliones aún por madurar. Esta es la foto y un poco más que eso también; el peronismo no fue el intérprete, ni el cauce de la irrupción social, sino su sorpresivo destinatario. Y al sujeto que hace ya veinte años entendió con dificultad, y alcanzó apenas a sacarlo del fuego, se le sumó con la ñata contra el vidrio un nuevo sujeto social, aún más roto y difícil de entender que el de 2001, parido por la pandemia y las redes sociales que favorecen la distancia y el individualismo. Pero también por la larga agonía del Estado neoliberal y del neodesarrollista, el sistema político, y también de la democracia. Alguien, ¿cómo decirlo? Digamos que no muy distinto a quien escribe estas líneas y quien ocasionalmente se tome el trabajo de leerlas, tenga la edad que tenga.
¿El Otro cultural anda en motito?
En el voto a Milei conviven la bronca, la irracionalidad, la racionalidad y la esperanza en un futuro distinto. En todos los otros candidatos también, pero él juntó más. No hay más verdad que esa.
Volvamos, por eso, sobre las preguntas para articular elementos de un diagnóstico necesario. ¿En qué anda el peronismo? Hoy ya no responde -veremos mañana- sobre la vitalidad del colectivo social, ni siquiera sobre la de los propios peronistas, porque se constituyó, otra vez, -noventismo (pero el de ellos) mediante- como una estructura lejana.
Milei, por su parte, no será la persona capaz de liderar el estado de la cuestión que él mismo alentó, al menos no bajo formas mínimamente democráticas, que, por otro lado, se encuentran también en discusión y con varios indicios alarmantes, pero, según la evidencia actual, sus votantes en su abrumadora mayoría no son traficantes de órganos, ni tampoco negacionistas, sino sobre todo desesperados, dejados de lado por las fuerzas que se autoperciben populares.
La palabra que viene al caso para este tiempo es reconfiguración, con un peronismo que debe enfrentar a un enemigo más poderoso que Milei, o el nuevo despertar de las FFAA. Su nombre es impotencia.
En estas condiciones, aventurar si el peronismo conseguirá una vez más interpretar y conducir las demandas acumuladas de los dos que se vayan todos que ya acumulan estos primeros 23 años del siglo sería extravagante. Proyectar cuánto será capaz de tolerar nuestra sociedad la falta de respuestas, desmedido. Sí podemos recordarnos que el peronismo es el nombre político de la comunidad organizada, la fuerza social que se confunde con los colores patrios y empuja siempre desde abajo, como “comer fideos los domingos con la vieja”, o como el aguante al amigo que lo necesita, últimas trincheras, todavía vigentes, de una construcción compleja que supo sacrificar otras, como lo fueron la escuela, el hospital público, o la oficina del Estado, tal cual lo recuerda cada hijo de vecino que frente a algún mostrador, sabe sacarse su mufa con un “¡Ya van a ver cuando venga Milei!”. Con ellas, sin embargo, con las últimas trincheras operativas, queda, antes que resistir, volver a poner todo de cabeza, para articular un nuevo imaginario compartido, Si eso es aún posible.
¿Cómo hacerlo? ¿Con una nueva música o con una que sepamos todos? El debate de estos días en otro tiempo, con menos angustias, podría ser interesante, pero está mal enfocado. El peronismo no es un karaoke de canciones nuevas y clásicas. El peronismo es, insisto, un cauce.
Lo que está en cuestión, es otra vez la grieta, pero una distinta. La de nuestro presente es entre un ellos y un nosotros, en el que los ellos, y no sólo para los votantes de Milei, viven en un planeta distinto al de todo el resto, que no se discrimina por colores o referencias ideológicas, sino por sus privilegios. Y no importa que tan desacertada o parcial sea esta construcción. Lo cierto es que está servida sobre la mesa.
La casta, a diferencia del concepto de clase, señala la imposibilidad de movimiento, una condena desde el nacimiento. Que advierte que los que se encuentran del otro lado, gozan de un privilegio que no merecen, porque llegaron sin virtud y sin mérito.
¿Cómo divorciar la historia de los movimientos populares de la idea del progreso personal y de cualquier referencia al mérito? Negando la meritocracia muchos se pasan dos pueblos y niegan de paso el sentido común popular, sin proyectar ni trabajar en otro superador. Negando por negar tantas otras cuestiones levantaron ladrillo sobre ladrillo una enorme pared a la que alguien rápido de reflejos le escribió con aerosol CASTA.
Otra forma de hacer la misma pregunta: ¿Cómo divorciar la historia de los movimientos populares de la rotura de tantas paredes simbólicas y concretas? El fin del fraude patriótico, o el ascenso de míjo el dotor, conquistado por las revoluciones radicales, el voto de la mujer después, los derechos laborales o los pibes y pibas hijos del laburante, que pudieron tener la misma bicicleta que los hijos del dueño de la fábrica, más tarde con Perón y Evita.
Ya es muy tarde para pensar en términos de dirigentes o músicos, porque todo suena a un nuevo ladrillo en la pared, musicalizado por Pink Floyd, por supuesto. Es ahora, tal vez, la última oportunidad para escuchar a la comunidad, porque es la sociedad la que compone la música, a los dirigentes más inteligentes y comprometidos, les toca escuchar y sumar su voz al coro. Esa es la gran enseñanza histórica que legó el peronismo: ser el cauce. Interpretar y conducir al río popular, volverse río, después, con humildad, cuando sea necesario, para volver otra vez, a ofrecerse cauce, cuando llegue el tiempo de hacerlo y el río, que siempre fluye, dirá.
* Sociólogo, maestrando en políticas sociales. Autor, entre otros títulos, de El Aguante, la militancia en los años 90 y Néstor, relatos y apuntes de una representación política nacida desde abajo.