El bloque económico dominante no pierde la oportunidad de exponer a través de sus brazos políticos, así sean rotulados como AEA o como UIA, que para conservar los beneficios, dádivas y exenciones por parte del sector público, así como cualquier otro mecanismo mediante el cual se garantice la apropiación del excedente, tiene en sus manos el detonador de las dos bombas atómicas que pueden hacer volar por el aire la administración de la macroeconomía: inflación y precio del dólar.
En noviembre, batería de medidas mediante, también se encanutaron millones de dólares que sacrificó el Banco Central de la República Argentina (BCRA). En las veinte ruedas previas al día de la Soberanía Nacional, la entidad acumuló un saldo negativo de intervención en torno a los 744 millones de dólares. Es cierto que disminuyó el drenaje de reservas netas en relación al ritmo de agosto, septiembre y octubre, pero la sangría no se detiene.
Los datos son evidentes y el intercambio comercial argentino que publica mensualmente el Indec da cuenta de la violenta contracción: 66 por ciento interanual del superávit comercial, que disminuyó de 3.512 millones de dólares a unos anoréxicos 1.196 millones. En los primeros 17 días hábiles del mes pasado se liquidaron 1.531 millones de dólares, apenas por encima de los 1421 millones del mes anterior. Esto ocurre con la tonelada de soja en valores record y un tipo de cambio competitivo, dado que se mantiene en el promedio histórico respecto a las monedas de los principales socios comerciales del país.
Según Walter Ramírez, gerente de Research del Banco Supervielle, “de los 11.562 millones de dólares de saldo comercial devengado que obtuvo Argentina hasta septiembre, únicamente entraron al país 7.071 millones. Hay 4491 millones que aún no entraron. ¿Esto es habitual? No, lo habitual es que el comercio exterior devengado se transforme en una cantidad de dólares igual o mayor. Desde 2007 siempre fue positivo este rango, excepto en 2009. Básicamente, cuando tenés un tipo de cambio controlado y hay una brecha muy grande entre el paralelo y el oficial, los importadores tratan de pedirle todos los dólares que pueden al BCRA al tipo de cambio oficial. En otros períodos le compran dólares, pero también consiguen financiamiento. En 2019, los importadores le compraron el 70% de lo que importaron al BCRA. Para el resto consiguieron financiamiento externo. En 2020 le están pidiendo todo lo que importan y un poquito más”.
Sin embargo, en concepto de importaciones y deudas de empresas, en agosto se hicieron de 1.052 millones, en septiembre se alzaron con 1264 millones y en octubre 873 millones. Noviembre contabilizó 280 millones. A las claras, las restricciones impuestas por Miguel Pesce sobre estos rubros están activas y funcionando a todo ritmo.
Dado lo expuesto, queda a la vista que los argumentos técnicos no parecen alcanzar para explicar por qué no funcionan los frenos. Ni la rebaja de retenciones, la aceleración de la devaluación oficial, el alivio en el frente externo y la flexibilización para operar con cotizaciones bursátiles logran eliminar al bombardero de la devaluación que sobrevuela y apunta hasta que ataca a la dirección política de la economía argentina.
Según la consultora Ecolatina, creada por Roberto Lavagna, el problema es “la emisión récord”. Para ejemplificarlo, sostuvo en su último informe que, en 2020, la autoridad monetaria imprimirá cerca de $2 billones para asistir al Tesoro, equivalente al 7 por ciento del PBI, que tendrá un déficit primario récord. A pesar de que el Banco Central absorbió vía Leliqs y pases pasivos buena parte de esta expansión, otra porción del exceso de pesos se volcó al mercado cambiario oficial y paralelo. En respuesta, la brecha se disparó y superó el 100 por ciento durante varias semanas, lo que implicó también que las reservas netas perforaran los 4.700 millones. Lo que quieren decir es que, si el Estado gasta, la plata va a la calle y de la calle, a unas pocas manos. Contados dedos que dolarizan el excedente.
Los popes fabriles se manifiestan a la defensiva. «La UIA no está pidiendo una devaluación. El tipo de cambio no está retrasado, lo que nos está preocupando es la brecha cambiaria, que es las expectativas. Está en manos del ministro (Martín) Guzmán, que no quiere devaluar. Nosotros coincidimos porque en este momento no sirve», declaró Miguel Acevedo, presidente de la entidad empresaria, que casi a modo de confesión afirmó que reducir la brecha cambiaria es un tema «más que económico, político».
Desde Ecolatina profundizan la lectura para echar claridad sobre la demanda: «Las prestaciones sociales, jubilaciones y pensiones representan más de la mitad del gasto primario. En consecuencia, cualquier esfuerzo fiscal que se haga sin reparar en esta partida debería ser excesivo. En este escenario, la nueva fórmula de movilidad pronta a ser aprobada es una señal de que el Poder Ejecutivo planea un ajuste en este frente. Conforme a nuestras proyecciones, este ahorro superaría 1 por ciento del PBI comparado con un régimen de actualizaciones discrecionales que siguieran a la inflación, tal como pasó este año con el haber mínimo».
La disputa del establishment por los recursos públicos que van a revivir la economía deja muy en claro que buscar el equilibrio fiscal así como limitar el endeudamiento de la Nación a las posibilidades de repago, sean quizá reglas ineludibles para generar estabilidad y sostener el crecimiento, pero nada garantiza que la reactivación se distribuya. Estabilidad y crecimiento no dan como resultado automático una sociedad más justa.