La coalición de gobierno padece dos problemas al mismo tiempo. Por un lado, la neutralización descendente entre sus fracciones, sin que ninguna prevalezca sobre la otra para establecer un rumbo certero y sin vacilaciones. Por otro, la confusión de sus cuadros para distinguir la pasión militante de las razones de Estado, sin abandonar las convicciones ni tropezar con infantilismos.
“Vivimos atrapados en un juego de azar.
Tu amor es una sombra para mi libertad.
Ya nada puedo hacer y no logro escapar
de un fuego sobre pólvora
que puede estallar”.
Eclipse total del corazón,
Bonnie Tyler
“Para que yo no vote este entendimiento con el FMI, tiene que ser peor que el default”, dijo la senadora Juliana Di Tullio el fin de semana anterior, en una entrevista con Radio 10. Presidenta del bloque oficialista en la Cámara de Diputados en el último tramo del segundo mandato de Cristina Kirchner, la dirigenta dijo además que la actual Vicepresidenta la conduce pero no le dice cómo tiene que votar. Lejos de un desafío a su liderazgo, es probable que esas expresiones obedezcan a una agudísima interpretación del silencio de la titular del Senado, escaneado en toda la prensa, como la perogrullada que la romantización del kirchnerismo oculta bajo la alfombra: ella no quiere la cesación de pagos.
Al cierre de este artículo, diferentes fuentes del Congreso admitían que la libertad de acción se imponía entre la feligresía kirchnerista como criterio para la votación en recinto cuando se trate el acuerdo con el organismo multilateral de crédito. Sin embargo, la valoración positiva que acredita la habilitación desde la cima institucional sobre el pronunciamiento a conciencia de cada legislador, más allá de sus compromisos orgánicos con el bloque que integre, redundaba en desconcierto hasta el viernes: incluso entre los diputados que militan en La Cámpora, la agrupación liderada por Máximo Kirchner, escasea la homogeneidad en las posturas.
La especie fue corroborada no sólo por ediles que responden al presidente Alberto Fernández sino también por al menos dos fuentes vinculadas estrechamente al titular del PJ bonaerense. “La renuncia de Máximo a la conducción del bloque tracciona a los compañeros pero no está resuelto”, admitían cerca de uno de los cuadros de conducción de esa organización, al tiempo que desde el despacho de otra diputada que anima las mismas filas reconocían que algunos están enojados con el ministro de Economía, Martín Guzmán, pero hay otros que apuntan a su propio jefe político.
Un vocero que trabajaba denodadamente en la redacción de frases contundentes para que su diputado alzara la mano por la afirmativa admitió ante este medio que ululan voces de kirchneristas indiscutidos -pero sin membresía en La Cámpora por cuestiones generacionales- que reniegan del hermetismo de Kirchner. Preguntas retóricas como “¿por qué tengo que votar por la aprobación yo si él se corre para no mancharse?” o razonamientos punzantes como “mira el porvenir con una visión muy estática, como si el acuerdo con el FMI fuese el final” están a la orden del día.
El debate se tramitó hasta ahora con un volumen casi inaudible, entre el hartazgo social frente a las asignaturas pendientes de la gestión, como el combate a la inflación o la defensa del poder adquisitivo, y las intrigas palaciegas o filtraciones envenenadas, como la del borrador del memo de entendimiento con el FMI. No obstante, el referente del partido Miles, Luis D’Elía, se animó a cuestionar la actitud de la parte del kirchnerismo hardcore que reclama la herencia de los albores: “el que no vote a favor del acuerdo con el FMI que deje la banca”, sostuvo en declaraciones a FM La Patriada después de especular con la idea de que el propio Néstor Kirchner votaría a favor.
Aunque esa imagen es contrafáctica, el estudio de la negociación y el posterior entendimiento labrado en septiembre de 2003 por el ex presidente fallecido en 2010, su ministro de Economía, Roberto Lavagna, y su por entonces premier y actual titular del Ejecutivo arroja similitudes sorprendentes con lo que se dispone a discutir el parlamento en los próximos días. Hasta una de las economistas que consulta la Vicepresidenta concede que lo que trajo Guzmán es muy parecido a lo que cerró Kirchner. “Yo no me voy a rasgar las vestiduras porque el Fondo imponga un achicamiento del déficit cuando al principio gobernamos con superávit gemelos”, desliza en off pero enfatiza que se precisa de vigor al momento de la acción política.
Dentro de La Cámpora, circula un documento que se utiliza para su debate en las unidades básicas como explicación didáctica sobre el acuerdo en ciernes. “Este nuevo acuerdo, aceptando las condiciones impuestas por el FMI y cediendo en soberanía e independencia económica, poco tiene que ver con aquellas negociaciones transcurridas entre 2004 y 2006”, reza el archivo al que este portal tuvo acceso, y agrega: “el gobierno de Néstor Kirchner no dio un paso atrás en términos de soberanía e independencia económica logrando una recuperación separada del FMI”. Lo que no menciona ese texto es que Kirchner aceptó un préstamo Stand By en 2003 para pagar en 3 años, con supervisiones trimestrales que le trajeron más de un dolor de cabeza, y recién en 2004 empezó a hacer músculo para sacarse el yugo de las misiones del alemán Horst Köelher.
En la misma sintonía, la ex ministra Felisa Miceli viene repitiendo ante quienes la consultan que “más preocupante que el acuerdo con el FMI es la orientación de un sector del gobierno”. “Yo no comprendo por qué aceptamos achicamiento del déficit para financiar políticas públicas pero seguimos financiando las Leliq”, objeta.
Otro de los tópicos abordados en el material de formación política elaborado por La Cámpora es el que menta el derretimiento de las reservas del Banco Central en dos años, a pesar de la balanza comercial favorable. “Entre enero 2020 y diciembre 2021, las reservas cayeron USD 5.186 millones. En este período, se registró un saldo comercial record alcanzando los USD 23.773 millones por comercio de bienes. Sin embargo, este saldo comercial positivo no se pudo traducir en una acumulación de reservas internacionales dada la cantidad de pagos que realizó el sector público entre Préstamos, Deuda, Créditos y Otros intereses del sector privado”, fundamenta el documento. Abonando la hipótesis que imputa el cargo a Guzmán por haber demorado tanto el acuerdo, se añade en el mismo paper: “En este período, las divisas no se están escapando vía fuga de capitales, pero la salida continúa beneficiando al sector privado a costa del bienestar” general. No obstante, tanto en el Palacio de Hacienda como en el Grupo Callao alegan que la dupla triunfal de 2019 le ordenó al discípulo de Joseph Stiglitz que no cerrara el acuerdo en 2021, antes de las elecciones de medio término.
Tal vez otro ex ministro de gabinetes kirchnerista haya dado en la tecla cuando evocó la épica con la que en 2014 la misma Vicepresidenta, en ejercicio de la primera magistratura, reivindicaba la forma en que Axel Kicillof cerraba acuerdos con el Club de París, inexplicables para una militancia consciente de la expoliación pero dispuesta a reivindicar un proyecto político. “Si este acuerdo lo hubiera firmado Cristina, seríamos 2 millones de argentinos bancando en Plaza de Mayo”, descerraja para graficar no sólo la ingratitud de un sector del gobierno sino la blandura triste de la Casa Rosada, cuyos cuadros piden permiso para balbucear explicaciones en lugar de golpearse el pecho y convocar a la lucha.
Así, el empate hegemónico que el sociólogo Juan Carlos Portantiero utilizaba como esquema teórico para pensar la Argentina de los 60’ bien puede traducirse, con licencias poéticas, para comprender la neutralización política entre las distintas fracciones del Frente de Todos que compulsan entre sí, sin que ninguna prevalezca mientras el tiempo del mandato en curso se agota y la oportunidad gubernamental se dilapida sin pena ni gloria.
Entre tanto, solo emergen pequeñas cuotas de astucia política y audacias técnicas a un lado y otro de la línea que divide al kirchnerismo del albertismo por nacer. Tal fue la picardía del Presidente en la apertura de sesiones ordinarias ante la Asamblea Legislativa el pasado 1º de marzo, cuando anunció que el aumento de tarifas se calcularía por el Coeficiente de Variación Salarial contemplado en la Ley 27443, votada en 2018 por Unidad Ciudadana y vetada por el mismísimo Mauricio Macri. Sería un galimatías que se dijera ahora que es un impuestazo lo que hace 4 años era una bandera política plebeya.
Amén de estas minucias, el problema central es la falta de autoridad, una carencia de la que adolece no solo Fernández. Una ingente cantidad de funcionarios y representantes del gobierno en curso no siempre aciertan al ubicarse en tiempo y espacio, unas veces como dirigentes y otras como activistas. Como si no distinguieran que hay un lugar y un momento para cada tarea -más allá de que el ejercicio de la función pública no suponga desprenderse de la corrección ideológica y las convicciones-, abundan cuadros políticos que yuxtaponen sin pericia la pasión militante y la razón de Estado. El resultado es que los líderes tribunean en círculos descendentes y la base experimenta una identificación especular sin destino. Se asiste, en definitiva, al eclipse de los roles y el oscurecimiento del rumbo porque la conducción del movimiento no asume el costo de tomar decisiones, aunque sean antipáticas, y los sectores que podrían movilizarse se regocijan en el confort discursivo.
Los puntos sobre las íes los puso, una vez más, el profesor Ricardo Aronskind en una charla virtual de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA sobre “La vuelta del Fondo”, animada bajo la pregunta “¿sumisión o mejor acuerdo posible?”. Acompañado por oradores como el periodista Sebastián Premici y la economista Corina Enrique Rodríguez, el investigador del Observatorio de Economía Política de esa casa de estudios expresó: “algunos compañeros viven esta situación como la debacle final de la Nación Argentina, invito a que no lo vivan así. Han pasado cosas catastróficas en nuestro pasado, mucho más graves que ésta, y acá no se está jugando ni se está terminando la historia argentina”. A su criterio, “en los espacios donde hay indeterminación dentro del acuerdo, hay un espacio de intervención pública, colectiva y masiva”.
La incógnita, para variar, es cómo. Porque la acechanza de un golpe de mercado, con salto devaluatorio, escalada de precios en los commodities por el conflicto en Ucrania y la falta de voluntad del Presidente para transformar su irritación verbal en acción política, amenazan ya no con la suerte del gobierno sino con la vitalidad de la democracia. La pregunta que Cristina se hizo hace 21 años en el quincho de la casa de Fernando Chino Navarro en Monte Grande, ante 60 militantes, sobre qué peronismo ofrecerle a la sociedad se torna pretenciosa. Urge reformularla para dilucidar qué sociedad hay que plantarle al sistema.
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