A Horacio Rodriguez Larreta se le quemaron los papeles. Acostumbrado a mentir, cambió el color de sus ojos por marfil, podría decir el vocalista Estelares, Manuel Moretti, pero las últimas semanas evidenciaron que no será suficiente para contar con el camino asfaltado hacia 2023.
Como se dijo aquí, la pandemia amaga con llevarse puesta la capa de teflón con la que la patria mediática mantenía blindado al Jefe de Gobierno: el colapso sanitario puso sus pies en los umbrales de lo decible incluso para los sectores más moderados del sistema político y se expande el consenso para adosarle al ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, atributos como la insensatez. La manía de oscilar entre la bravuconada por TV y el pataleo en sede judicial por la autonomía del distrito que conduce, dejó al alcalde expuesto al tironeo de los ultras dentro de Juntos por el Cambio (JxC).
Realidad en Aumento consultó al entorno del ex presidente Mauricio Macri, a quien facturan la autoría intelectual de los últimos martirios de su lugarteniente en la Ciudad. Aunque se atajan diciendo que “Horacio es adulto y hace lo que le parece”, entre los ex funcionarios que orbitan en las oficinas que el líder cambiemita alquila en Olivos, cerca de la Quinta Presidencial, admiten que no le ceden el cetro. “Nosotros trabajamos para que MM sea el líder de la oposición”, responden los cultores de siglas, acrónimos o el uso del nombre de pila para fascinación de los que se distraen con el marketing y la lengua del sondeo.
En ese contexto, no pasó desapercibido para los mismos especialistas en comunicación política que se hundían en remordimientos, después del anuncio de la suspensión de clases presenciales en las escuelas del AMBA, el canje del amarillo por el blanco en los paneles de fondo que se montaron para la última conferencia de Quirós. Despegarse del tono que genera automática identificación cromática significa, para los que no pueden evadirse del influjo del detalle, que Rodríguez Larreta ensaya una variante discursiva dentro de JxC o que los creativos del oficialismo porteño suponen que no sería bueno que los televidentes asocien el amarillo al telón de fondo de la catástrofe sanitaria.
No obstante las estratagemas, el mandamás de la Capital Federal experimenta la extraña contradicción que lo jalona entre su voluntad de capturar porciones del electorado del centro con un tono de gestor sosegado y la radicalidad de terroristas sintácticos como la titular del Pro, Patricia Bullrich, el auditor Miguel Ángel Pichetto o el propio Macri. Sin un ápice de justificación o indulgencia para el itinerario gubernamental del otrora jefe de Gabinete local, resulta claro que los que sucumbieron en la derrota electoral de 2019 lo acechan y pretenden “comerle la base por derecha”.
Tal razonamiento cosecha objetores en tribus del oficialismo y la oposición bajo la suposición, mentada más arriba, de que esa perspectiva exime de responsabilidades al que impera en las 15 comunas de la Ciudad. Sin embargo, constituye cuanto menos una curiosidad que los analistas concedan el beneficio de la heterogeneidad para el Frente de Todos (FdT) y supongan que reina la homogeneidad sin fisuras ni pliegues en JxC.
Por lo demás, hasta el abogado Adrián Albor, quien obtuvo el amparo para que no se computaran las inasistencias de sus hijas al colegio mientras se dirimía el diferendo entre la Ciudad y la Nación en la Corte Suprema de Justicia, reconoció en FM La Patriada que no le constaba que Rodríguez Larreta hubiera impulsado la demanda judicial en tribunales porteños para granjearse el respaldo jurídico contra el decreto de Alberto Fernández. Sucede que, como sugirió el Presidente tras la reunión con el Jefe de Gobierno, el mandatario porteño “le habla a su público”. Azuzado por el delirio terraplanista de Macri, no tiene mucho margen para escabullirse de la radicalidad que lo pone a girar en falso.
Paradójicamente, el mismo esquema de poder que funciona por una especie de contrato tácito entre el ex presidente de Boca Juniors y su incansable ladero hasta que revalidó su gestión en 2019 expone al segundo ante la bifurcada: o interpreta el papel que Macri, la constelación mediática opositora, el empresariado y las células silvestres que se activan con el algoritmo del odio urdieron para él o corta el cordón umbilical con los financistas que lo auspiciaron hasta acá y se arriesga a una hoja de ruta con mayores grados de autonomía y una apuesta por jugarse un pleno en terrenos de mayor densidad democrática. No es casual que esa sea la subrepticia creencia de los sectores del FdT que anhelan un proyecto de país a 30 años, con una centroderecha munida de estabilizadores institucionales que contengan y apacigüen las pulsiones tanáticas y una coalición que exprese los cruces del peronismo y el progresismo nutriéndose con las diversas corrientes que pugnan por la construcción de fuerza popular organizada.
Así las cosas, Rodríguez Larreta es arrojado a los brazos de Fernández, justo cuando en Balcarce 50 proliferan las caras de hartazgo y la paciencia se agota frente a sus maniobras titubeantes en palacio y torpemente desafiantes en pantalla. Y al tiempo que el Gobierno nacional masculla bronca y hasta sopesa las posibilidades de cierto retorno a la presencialidad en las aulas para que el máximo tribunal considere abstracta la cuestión de fondo, el administrador de la calle Uspallata naufraga sin brújula en la tempestad que el Presidente bautizó como un estrago judicial: no solo es inconstitucional el fallo de la Sala IV de la Cámara de Casación porteña en lo Contencioso, Administrativo, Tributario y de Relaciones del Consumo por demoler la pirámide jurídica sino porque, en los hechos, obturó la aplicación de un DNU presidencial, convirtiendo la CABA en un ridículo principado fuera del alcance de las decisiones de la Casa Rosada. O tal vez deba decirse que semejante aberración sienta el precedente más alarmante en favor de los impulsores de la languidez democrática, cuya forma de gobierno predilecta podría tramitarse por la sinergia de los despachos judiciales y periodísticos como ornamentación narrativa para camuflar el flujo de mercancías a través del puerto.
Tanta autonomía porteña no sería conveniente ni siquiera para Rodríguez Larreta.