Sin importar la pericia con que driblee el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, las objeciones de las cámaras empresarias, el establishment periodístico y la oposición al gobierno ante el acuerdo de precios tienen más fundamento en la organicidad histórica del bloque dominante que en las explicaciones técnicas, con mayor o menor racionalidad, sobre el incremento de alimentos e insumos difundidos a nivel global. Aunque el último informe del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA-CTA) pondera que los 47,2 puntos porcentuales de inflación en los primeros 9 meses del 2021 se explican por el aumento mundial de la energía, la comida y los minerales (que treparon en dólares 82,1%, 29,4%, 35,3%, respectivamente), también analiza las “las distorsiones que se advierten en los precios relativos”, que obedecen a “las capacidades diferenciales de formación de precios que tienen los actores económicos en el marco de las pugnas por la distribución del ingreso”.
La cuestión no reviste novedad alguna. Bajo la repetición del epíteto “minga” tres veces seguidas, la vicepresidenta Cristina Fernández postuló el sábado pasado, durante el encuentro de jóvenes de La Cámpora celebrado en la ex ESMA, que el problema no eran los derechos de los trabajadores sino la concentración del capital en pocas manos. Un funcionario con roce en Washington le recordaba a Realidad en Aumento que ya el 9 de mayo de 2019, cuando la por entonces senadora bonaerense por Unidad Ciudadana presentó Sinceramente en la feria del libro en La Rural, apeló a la frustración del Pacto Social que sellaron Juan Domingo Perón y José Ber Gelbard con la CGT y la Confederación General Empresaria (CGE): la traducción de aquel discurso, luego de que mentara que los argentinos son “difíciles”, fue que su hipótesis era que ni al General le respetaron un acuerdo de precios.
En esa ocasión, evocó pedagógicamente el 12 de junio de 1974, fecha que la historiografía dominante admite como la del último discurso de Perón. Sin embargo, la autora de la urdimbre triunfal de las presidenciales que desbancaron a Mauricio Macri rescató la cadena nacional previa al acto cuyos registros reverberan en la memoria nacional. “Todo el mundo se acuerda del Perón que dijo ‘llevo en mis oídos la más maravillosa música que es la palabra del pueblo argentino’ pero, antes de ese Perón que nos regalan siempre, hubo otro Perón que habló en la radio esa mañana denunciando que no se estaba cumpliendo el acuerdo social, que había especuladores y que él había venido a contribuir a la patria pero que si estas conductas de agiotismo [se mantenían] estaba dispuesto a renunciar”, sostuvo.
Según la transcripción del mensaje que Perón emitió desde el salón Blanco de la Casa Rosada a las 11:30 de aquel día, sus palabras fueron: “Cuando acepté gobernar, lo hice pensando en que podría ser útil al país, aunque ello me implicaba un gran sacrificio personal. Pero si llego a percibir el menor indicio que haga inútil este sacrificio, no titubearé un instante en dejar este lugar a quienes lo puedan llenar con mejores probabilidades”. “Sin el apoyo masivo de los que me eligieron y la complacencia de los que no lo hicieron, pero luego evidenciaron una gran comprensión y sentido de responsabilidad, no sólo no deseo seguir gobernando, sino que soy partidario de que lo hagan los que puedan hacerlo mejor”, agregaría a continuación.
La actualidad de ambas intervenciones públicas, la del jefe originario del movimiento y la de la dirigenta cuyo liderazgo despierta las mismas pasiones en un sector para nada desdeñable en la etapa en curso, no debiera sorprender. Desde que el Ministerio de Economía, a cargo de Martín Guzmán, logró eludir el empujón devaluatorio que impulsaban los grupos económicos durante la primavera del año pasado, las corporaciones se zambulleron a la pileta de lodo para defender con ahínco la recomposición de su rentabilidad y aplastar las expectativas de consumo a partir de cualquier mejora salarial de los trabajadores. En 1974, Perón también machacaba con que había logrado bajar la inflación y la desocupación en menos de un año: “No hay que olvidar que los enemigos están preocupados por nuestras conquistas, no por nuestros problemas”, expresó en la misma pieza, y añadió: “ellos advierten que el pueblo sabe, sin acudir a las recetas de miseria y dependencia, que mejoramos el salario real de los trabajadores, bajamos drásticamente la desocupación y aumentamos las reservas del país”.
Tal vez ya no sirva la emblemática frase de Karl Marx en El 18 Brumario para describir la crisis de Luis Bonaparte, cuando tipeó que la historia se repite primero como tragedia y luego como comedia. Los efectos dramáticos de la hora en estas pampas son indesmentibles: el dólar ilegal tocó el viernes los 195 pesos, crecen las versiones de tensiones internas sobre el acuerdo con el FMI y ningún consultor le ofrece sosiego a la Casa Rosada sobre la posibilidad de revertir el resultado de las PASO en las generales de noviembre. En definitiva, no hay motivos para sonreír.
El desacuerdo
En 1996, el profesor Jacques Rancière publicó su libro El desacuerdo. Regía el consenso de Washington pero el intelectual francés sacudía de la modorra a los salones literarios de la academia y los set televisivos con la dislocación como fundamento de la política. “Lo que hace de la política un objeto escandaloso es que se trata de la actividad que tiene como racionalidad propia la racionalidad del desacuerdo”, desafió desde las primeras páginas de ese trabajo que se volvería material de consulta en las universidades menos dóciles al pensamiento único.
La presunta inminencia del acuerdo argentino con el FMI que vocea una fracción del Frente de Todos y la indisimulada resistencia de sus antagonistas internos a rubricar una hoja de ruta enajenante para el país podría leerse bajo ese prisma, al igual que la controversia por la Resolución 1050/21 sobre el congelamiento de precios que se comunicó por Boletín Oficial con la firma de Feletti esta semana. El conflicto, solicitando el esquema teórico de Rancière, “no es entre quien dice blanco y quien dice negro sino entre quien dice blanco y quien dice blanco pero no entiende lo mismo” o “no entiende que el otro dice lo mismo pero con el nombre de la blancura”. No se trata del desconocimiento de uno de los interlocutores ni tampoco de un supuesto malentendido debido a imprecisiones lingüísticas, dirá el afamado catedrático, porque concierne menos a la argumentación que a lo argumentable: tributa, en realidad, a la situación de los que están en desacuerdo. “Cada cual tiene un trip en el bocho”, cantaba Charly García para alegar la misma imposibilidad aludida por el autor galo.
A pesar de la evidencia que ofrece la negativa de un sector del empresariado a allanarse a la conducción política del Estado, los principales accionistas del peronismo apuestan a un pacto del sistema político, cada cual con sus matices y, quizá, también con elencos distintos. Mientras que el diputado Máximo Kirchner convida a radicales más acá de las transgresiones destituyentes de los legisladores que ejecutan la partitura de la desestabilización, su par Sergio Massa admitió en un reportaje concedido a Infobae la posibilidad de que el decálogo de puntos en común que blandirá a partir del 15 de noviembre se parezca más al Pacto de la Moncloa que al Pacto de Olivos.
Asimismo, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, fue complaciente con la constelación de gerentes y dueños de emporios que pagaron su entrada al Coloquio de IDEA la semana pasada: apuntó la importancia de ir hacia un acuerdo con el 70 por ciento de los actores políticos para que, gobierne quien gobierne y se turnen como se dicte en los avatares de la alternancia, el rumbo se mantenga firme, como en Chile. La saña represiva del gobierno de Sebastián Piñera y la convulsión social trasandina no ruborizó al alcalde y se perfiló como el destinatario potable para el cultivo de lazos con el peronismo ante sus chances de ser el acreedor del próximo jackpot electoral, con él mismo como Jefe de Estado, Diego Santilli como mandatario bonaerense y Mara Eugenia Vidal como lugarteniente suya en la Ciudad.
Por lo demás, un diplomático vernáculo le aseguró a esta revista que “el proyecto de la embajada norteamericana es Larreta-Massa”, y hasta el kirchnerismo parece quedarse sin demasiado margen de maniobra para sacar los pies del plato o tirar del mantel. La Vicepresidenta es quien más incómoda se siente en esta coyuntura, cuya fórmula triunfal fue un objeto de diseño de su propia cosecha pero ahora la encorseta. La moraleja del portazo que diera Carlos “Chacho” Álvarez hace 20 años atrás inhibe cualquier reacción que remita a ese libreto del mismo modo que las circunstancias más recientes, como la que narró la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, al programa Intratables en 2017. Después del “voto no positivo” de Julio César Cleto Cobos para el rechazo de la Resolución 125 en la madrugada del 17 de julio de 2008, la por entonces Presidenta la llamó y le comentó que evaluaba su dimisión. “Ni loca, no lo hagas, nosotras te apoyamos”, habría sido la respuesta de Carlotto.
El carácter aciago de estos días siembra más incertidumbre que la de la previa al estallido de las hipotecas subprime. No obstante, los pronunciamientos del presidente Alberto Fernández y su vice se ordenaron bajo las coordenadas del peronismo clásico, al igual que el documento de la CGT o la postura de los gobernadores del Partido Justicialista, cuya doctrina defiende la articulación entre el capital y el trabajo.
En ese sentido, Marx acuñó en el texto que le dedicó a Bonaparte que más vale un final terrible antes que un terror sin fin. El peronismo –o una parte suya-, sea por responsabilidad política o comprensión histórica, rehúsa esa disyuntiva, y paga más caro que otras experiencias políticas. Sin aceptar una ni otra, el Frente de Todos solo se abraza para detener el tiempo o patear hacia adelante un acuerdo con el FMI para no validar ahora la subordinación argentina a la miseria.
Los 90 días de fijación de precios en góndola abrigarían idéntico significado. Si bien la pauperización económica y social redunda en el achatamiento político y las utopías se empequeñecen, una hendija filtra un haz de luz en el encierro que reduce la módica patriada de Feletti a una épica sin banda de sonido: la insólita carambola del congelamiento parcial en el volcán argentino como última barrera de contención y consigna organizativa frente a la fragmentación popular.