Por extraño que parezca, un sector de la derecha argentina retomó su interés por la batalla cultural. Luego de que el sitio Seúl publicara una serie de 74 testimonios, entre videos, mensajes de audio y textos escritos de intelectuales, periodistas y dirigentes de Juntos por el Cambio (JxC) sobre el universo de nociones que rondan la disputa por el sentido, Realidad en Aumento encontró en ex funcionarios del gobierno de Mauricio Macri la vocación de darse el espacio para revisarse a sí mismos y detenerse en el análisis de su relato como experiencia política.
La lista de estrellas va desde el fugaz ex presidente Federico Pinedo hasta las diputadas Karina Banfi y Silvia Lospennato, pasando por el ex secretario de Cultura, Pablo Avelluto, la ex titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, el politólogo Marcos Novaro y los filósofos Alejandro Rozitchner e Iván Petrella. A propuesta de Hernán Iglesias Illia, editor del emprendimiento de apelaciones surcoreanas en la actualidad pero asesor de Marcos Peña durante el mandato cambiemita, los expositores se bambolean entre la enumeración de sus logros gubernamentales ante la insatisfacción de su base de sustentación, las posturas que reniegan de las remisiones al conflicto que cualquier confrontación incluye y las ínfulas de quienes quisieran irse a la carga o parapetarse en las trincheras del escenario.
A pesar de las taras liberales de su imaginario y las liviandades de lenguaje soft que cincelan en sus sistemáticos coucheos, no son pocos los referentes opositores que desde la derrota en las urnas que los castigó en 2019 se prestaron al debate sobre la necesidad de fabricarse una maquinaria discursiva que trascienda la foto en el timbreo y la polémica en Twitter. Paradójicamente, los mejores alumnos del consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba oscilan entre la aversión y la fascinación frente a la capacidad del peronismo para esculpirse héroes y monumentos o componerse una sinfonía de la épica, obviando que a muchos de sus contrincantes les brillan los ojos frente al packaging diseñado en los laboratorios del marketing que reduce los zamarreos en los asuntos públicos a dificultades del área de comunicación.
Al respecto, los impulsores del debate que se plasmó en esa publicación digital se preguntan si existe un dominio del kirchnerismo en el campo de esa trifulca. “Uno de los debates más intensos dentro del universo republicano-liberal argentino ha estado alrededor de la necesidad o la eficacia de establecer un relato propio frente a lo que con frecuencia se percibe como una aceitada máquina narrativa de parte del populismo-kirchnerismo”, disparan en el primer párrafo de la introducción a la edición mentada, y entre las inquietudes que los desvelan, sorprendentemente, enumeran: “¿cuánto influyen en la política real estas ideas diseminadas en la sociedad? ¿Ayudan a ganar o perder elecciones? ¿Quién, en todo caso, debe impulsar un cambio? ¿Necesita el bloque republicano su propio Felipe Pigna o, justamente, una sociedad abierta es una donde no hay historiadores militantes en los medios públicos?”.
Si en todas las casas se cuecen habas, la novedad estribaría en que sobran cocinas donde el horno no está para bollos.
Más blanda que el agua
Esta revista analizó las piezas subidas al blog y podría concluirse que el compendio no es otra cosa que la manifestación sintomática del malestar que aqueja al sector que viene perdiendo la discusión interna sobre la importancia de la batalla cultural. Sin embargo, es interesante la presencia de actores que expresan la voz de los vencedores parciales en esta fragua sobre la tesitura con que JxC debería vestirse. Dicho de otro modo, Seúl tramita la falta de síntesis bajo la estética de la conversación en un café literario colgado en internet.
Así, Alonso pondera la capacidad de agencia que acreditan los grupos de WhatsApp de mamis y papis que bregan por la presencialidad en las aulas de las escuelas, en medio de la pandemia, dotándolas de la musculatura que se le atribuiría a un sujeto o actor político. Discutible pero para nada ingenuo, el punto concentra por estos días la atención de autoridades nacionales y porteñas, sindicalistas y especialistas en educación, bajo la hipótesis provocadora de que las cooperadoras escolares del siglo XIX mutaron en un chat. Y por lo demás, la abanderada macrista trasuda incomodidad por la familiaridad de vocablos belicosos en torno de batalla cultural, al mismo tiempo que robustece los bíceps de la civilidad en el campo educativo.
Un andarivel lindante toma la exposición de Avelluto, quien supone que no es característico de un proyecto como el macrista el apetito por la delimitación de la charla en el ágora pública ni el establecimiento de marcos culturales. En tanto, Petrella no concuerda con los objetores que facturan a Cambiemos esquivarle el bulto al tema. Ex legislador porteño y ex director del programa Argentina 2030, puntea una serie de preguntas retóricas para el escozor: “¿Hay intervención cultural más fuerte en el tema candente de la educación que incorporar inglés desde primer grado en los colegios públicos, robótica y programación en la primaria, descontar el sueldo de los docentes que paran dejando a los chicos sin clase, construir el colegio más moderno y más grande en el Barrio 31, o impulsar la evaluación de los resultados educativos?”. Y ya en los sótanos de la democracia, inquiere: “¿Hubo en las últimas décadas un gesto más transgresor en relación al sentido común populista-kirchnerista que el presidente Macri recibiendo al policía Chocobar, procesado por matar de manera trágica y accidental (su disparo al piso rebotó, causando así la herida mortal) a un delincuente en fuga después de apuñalar en el pecho a un turista diez veces? ¿O cuando Patricia Bullrich confió y apoyó a la gendarmería mientras la oposición, gremios, ONG, periodistas y universidades difundían fábulas alrededor de la muerte de Santiago Maldonado?”. Evidentemente, el resentimiento conspira contra las recomendaciones de sus focus group.
Consultado por esta revista acerca del tópico de este artículo, Rozitchner declinó la oportunidad de responder. Cultor y promotor de los talleres de entusiasmo que desplegaba en 2014 -justo es decirlo: cuando el por entonces oficialismo también desafiaba a los opositores desorbitados a que armen un partido político y ganen las elecciones-, ahora se defiende como sapo panza arriba: “¡Cómo le gusta al reprochador del gobierno de Juntos por el Cambio decir que “debió haberse dado la batalla cultural”! Veo ese reclamo como una forma más de la imperante mezquindad respecto de un equipo que logró mucho. No es cierto que no se haya dicho lo necesario o que el gobierno no haya expresado su visión. ¿Había oídos dispuestos a escuchar?”. A este cronista le agradeció el convite y le dijo que no le interesa mucho el tema.
Iglesias Illia, partenaire suyo durante las mieles del macrismo, ya había trazado el dibujo de la colisión entre el programa del gobierno que integró y la sociedad que lo votó en 2015. Tal vez sin saberlo con claridad, en su libro Cambiamos este asesor en comunicación estratégica recopiló frases legendarias de Durán Barba, como la que reza que “ningún presidente argentino vuelve de un ajuste”, del mismo modo que inmortalizó axiomas del ex vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, quien sostenía que “los mercados van a esperar a Mauricio” bajo la suposición de que el establishment comprendería la compleja tarea de garantizarle la máxima tasa de ganancia sin que el país explote. Parece que el sentido común tiene sensores que activan alarmas cuando a su portador le tocan el bolsillo.
Andar sin pensamiento
Para los que se regocijan en la prescindencia de la batalla cultural, existe la hipótesis del comunicólogo Mario Riorda, para quien el macrismo se dio el lujo de tercerizar la comunicación política en las corporaciones mediáticas. Bajo la suposición de que esa delegación era barata y rendidora, el gobierno anterior trizó el sistema de medios públicos y sembró granjas de trolls para las redes sociales. Ahora los grandes medios tutelan el discurso de los sobrevivientes del naufragio de Cambiemos y los pertrechan para una guerra que negaban.
Un encumbrado miembro del “mejor equipo de los últimos 50 años” le dijo a Realidad en Aumento que Argentina asiste a un momento “pre Caseros”, en alusión a la batalla que terminó con la experiencia rosista en 1852. Llorando la carta del tango fatal, considera que Macri no fue a fondo y se mofa de la resistencia que se oponía al empleo de epítetos combativos: como en la economía, la disyuntiva entre shock y gradualismo, a su criterio, derivó en un discurso de baja densidad política para la confrontación y cayó por su propia moderación.
Por su parte, el ministro de Educación durante el epílogo cambiemita, Alejandro Finocchiaro, concede la distinción acerca de que la batalla cultural “no implica sangre pero sí defender valores con firmeza”, y advierte que “no se puede proyectar la idea de un futuro distópico”. Conocido por su verborragia, su pasión en las discusiones y su buen trato en privado con los antagonistas que guerrea en público, reconoció la necesidad que tiene JxC de dar la pelea en “lugares que tradicionalmente hayan sido adversos” con “conceptos pétreos como república, libertad, democracia”. “Nuestro espacio político es el cambio o no es nada”, sentencia. La cultura no siempre es la sonrisa.