“No me interesa ser presidente de cualquier manera. No vengo a ser empleado de ningún grupo de interés. Antes, prefiero volver a pegar carteles con engrudo y pintar paredes con aceite”, dijo Néstor Kirchner el 16 de enero de 2003, en la quinta de San Vicente, durante el acto del PJ bonaerense que se organizó para manifestarle apoyo partidario a su candidatura presidencial. Todavía gobernador de Santa Cruz, el patagónico pronunció ese día un discurso de fuerte carga antimenemista luego de que la locutora de la ceremonia leyera un documento redactado por su compañera, la por entonces senadora Cristina Fernández. Pasaron casi 20 años de aquella tarde pero el kirchnerismo sigue expresando el arrojo de los sectores más indómitos dentro del peronismo.
Por eso, resulta bastante sencillo detectar el eco de las palabras de Kirchner que reverbera hoy en las de la Vicepresidenta, o apreciar en las desafiantes intervenciones del otrora intendente de Ríos Gallegos el saldo de discusiones profundas con la legisladora que fue dos veces presidenta. Esa sinfonía aparece a menudo, como por ejemplo cuando le espetó a Héctor Magnetto, dueño de Clarín, que no sería su “mascota”, tras la comunicación de la sentencia a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos por la Causa Vialidad o cuando convocó a la militancia y la dirigencia, durante la inauguración del Polideportivo Diego Armando Maradona en Avellaneda, a sacar el bastón de mariscal de la mochila para animarse a la acción sin pedir permiso.
Una vibra de coraje irreductible funciona en el relato kirchnerista como un ardor táctico que cimenta una comprensión histórica con propiedades programáticas. Con dos décadas de fulgor a cuestas, la experiencia que alumbró la recomposición del sistema político tras la caída de la convertibilidad cruje en una suerte de actualización doctrinaria, si se permitiera la licencia poética, por las desavenencias entre las distintas fracciones del Gobierno y cierta indiferencia social frente a la agenda pública que intenta instalar a los ponchazos el ala que responde a la Vicepresidenta. Explicada en las unidades básicas como una transformación de arriba hacia abajo, la narración del kirchnerismo peca actualmente de romanticismo frente a una sociedad agobiada por los años macristas y los efectos de la pandemia del Covid19, pero disponible para encaramarse en una fiesta patria popular por el triunfo de la Selección Argentina de Fútbol en el Mundial de Qatar. Por más que los embajadores de la sociología y la filosofía distingan los humores en el campo de las políticas públicas de las pasiones que suscita en las tribunas y las calles lo que pasa con la pelota sobre el césped, hay una trama riquísima e insondable en la difusa identidad argentina que se tejió bajo la égida de la Scaloneta.
Tan es así que, por izquierda y por derecha –y aún dentro de la mismísima coalición oficialista-, se ensayaron hipótesis para todos los gustos como un ejercicio interpretativo sobre la algarabía de más de 5 millones de personas que colmaron las avenidas y las autopistas del conurbano y la Capital Federal para recibir a los campeones el pasado 20 de diciembre. A 21 años del estallido que terminó con saldo trágico en Plaza de Mayo y la dimisión y posterior huida en helicóptero de Fernando De la Rúa, la densidad plebeya que celebró el título de Lionel Messi y sus 25 gladiadores acreditó una madurez ciudadana aun incomprensible para los dirigentes. “La alegría sin cauce político es lo más parecido al que se vayan todos”, resumió un ex ministro de la edad de oro de los tres gobiernos kirchneristas, acaso sin reparar que no se produjo el saqueo de un solo almacén en toda la jornada.
Al respecto, el profesor universitario Alejandro Kaufman advirtió en diálogo con FM La Patriada que no se ha estudiado con precisión la realidad económica de los sectores populares y la pobreza que se les imputa por el cálculo en planillas de Excel. “Es la agenda de la derecha que muchos compañeros toman”, señaló.
Semejante confusión no es falta de lucidez de los militantes de base sino, antes bien, pifias de los cuadros con mayor responsabilidad. Para jactancia autorreferencial o custodia porfiada de un legado que no se puede congelar, la propia Cristina Kirchner compara la etapa en curso con los años de su apogeo, cuando el Banco Central de la República Argentina (BCRA) disponía de 50 mil millones de dólares de reservas y se había saldado la deuda ilegítima con el FMI a fines de 2005. Las estimaciones del Ministerio de Economía al cierre de este artículo son de casi 7 mil millones de dólares en las arcas de Reconquista y una espada de Damocles del organismo multilateral de crédito sobre el país que el Frente de Todos en su conjunto empieza a reconocer como tal, más allá de la ferocidad de los tarascones que se prodigaron internamente mientras se renegociaban los términos.
El economista Ricardo Aronskind sostuvo también en un reportaje concedido a La Patriada que ya durante el segundo mandato presidencial de la ex primera mandataria había problemas inflacionarios y desaciertos en la política para controlar el tipo de cambio. Aunque reclamó para el kirchnerismo su neto corte ideológico popular, indicó: “uno de los problemas que tuvo el último tramo de Cristina fue que, a mi juicio, a había fijado un tipo de cambio que facilitaba la salida de dólares de la Argentina y no promovía el ingreso. Eso socavaba las reservas y generó una situación en la que el propio gobierno de Cristina terminó su gestión contra las cuerdas porque las reservas apenas alcanzaban para controlar el tipo de cambio. Había un problema de política económica. Se usó la política económica para aplacar la inflación. Se echó mano a un expediente que no es bueno, que es mantener el tipo de cambio relativamente atrasado”. A continuación, se explayó sobre el trago que propinaría Mauricio Macri después y la vulnerabilidad con la que asumiría más tarde Alberto Fernández, reprochándole que nunca explicitara el desastre de sus antecesores cambiemitas.
Bajo ese prisma, la consigna de la Vicepresidenta en Villa Corina para que su base de sustentación se ponga en movimiento linkea también con el concepto de empoderamiento que acuñara en 2013, cuando las estructuras partidarias, sindicales y sociales que sostenían al Frente Para la Victoria mostraban ciertos signos de agotamiento y no podían absorber la afluencia de una ciudadanía que se formaba por lo menos como adherente, si se apelara al glosario tradicional del siglo XX, como televidente de 6, 7, 8. “Cada cual lleva un dirigente adentro”, aseguró de hecho Cristina en la plaza de la despedida, el 9 de diciembre de 2015. Las remisiones semánticas de esas frases abrigan cuotas de un liberalismo caro a las orgánicas pero revelaban en esa época una lectura que agudizaba la construcción sin mediaciones que alentaba el kirchnerismo en sus albores y culminaría en una factura política irremontable en los procesos electorales subsiguientes.
Según fuentes del Congreso, el mensaje de la líder del FdT fue esta vez para los dirigentes y no para los militantes. “Ella les está diciendo que salgan y rompan todo, que terminen con la proscripción”, le dijeron a Realidad en Aumento desde el entorno de la titular del Senado.
Por lo demás, su alocución podría habilitar además la conjetura de piedra libre para cualquiera: si se puede jugar sin pedir permiso, el kirchnerismo puede plantar PASO en todos los territorios. Ese horizonte pone en alerta a intendentes y gobernadores peronistas con cierto de grado de tirantez con La Cámpora.
El editorial de fin de año de Ricardo Kirschbaum en Clarín marcaba con tono celebratorio la licuación de una de las alquimias de laboratorio que se probaron en las últimas semanas: el operativo para tentar al gobernador Juan Carlos Schiaretti para integrarse a una fórmula con el ministro del Interior, Eduardo Wado De Pedro, fracasó por la presunta negativa del “Gringo”. La especie acerca de la incorporación del PJ cordobés a una entente electoral con la coalición oficialista circuló, y tal vez lo siga haciendo, tras la reunión de la Vicepresidenta con el líder del Movimiento Evita, Emilio Pérsico, el diputado Leo Grosso y la jefa municipal de Moreno, Mariel Fernández. Es probable que sea impreciso e indigerible para unos y otros que un mandatario cuasi macrista se una a un ministro camporista pero no sería descabellado que Schiaretti, un antikirchnerista que compartía el idioma de Sergio Massa, Miguel Pichetto y Juan Manuel Urtubey hasta mayo de 2019, llegue a un entendimiento con el mandamás del Palacio de Hacienda.
En la danza de nombres, se revolea hasta el apellido de Jorge Capitanich e, incluso, un sector del kirchnerismo pondera como emergente a su par santiagueño, Gerardo Zamora. Ambos empujaron a Fernández contra la Corte, mientras que Massa y una pléyade de funcionarios lo persuadieron para que retroceda en chancletas y pague con bonos X31. Injusto pero con destino de remera, el mote de agrupación política “Amague y Recule Permanente” que le obsequió Cristina a su ex jefe de Gabinete ancla en el fervor espumante que, por más que saque sus dotes de la mochila, no sabría cómo conducir porque se ha curtido a la sombra de quien los instruye a espabilarse.
La paradoja de la circunstancia radica en que la dimensión afectiva encandila y la comodidad superestructural de quienes la siguen conspira contra la audacia. Así, la fuerza no fluye, y se estanca. O si fluye, lo hace bajo una autonomía que no admite otra conducción que la de Cristina y reniega de mediaciones. El movimiento se reduce a una selfie: hay una estrella en el firmamento y un archipiélago de almas en territorio.