Mitología del kirchnerismo en el laberinto del FMI

Aunque el gobierno del Frente de Todos sea otro claro ejemplo del resultado de lo que el ex vicepresidente boliviano Álvaro García Linera considera el retorno de experiencias progresistas bajo “liderazgos administrativos”, no tiende a la tibieza constante ni habita gozoso la defección ideológica. Y en ese sentido, el principio de acuerdo con el FMI anunciado por el presidente Alberto Fernández primero y detallado minutos después por el ministro de Economía, Martín Guzmán, tampoco constituye per se una claudicación de tinte colonial ante las potencias extranjeras.

Al cierre de este artículo, el diputado Máximo Kirchner renunciaba a la presidencia del bloque de Diputados oficialista y echaba más leña al fuego de los dilemas que conmueven profundamente al oficialismo, enarbolados alrededor de distintos diagnósticos y pronósticos y atrincherados en diferentes caracterizaciones políticas por la romantización extendida de los albores kirchneristas y el resentimiento derivado de quienes reniegan de sus recetas almibaradas. Las consecuencias de la decisión del legislador se podrán mensurar mejor con el curso de los días y su impacto será, sin duda, de grandes proporciones. Ya durante el fin de semana, los funcionarios vinculados a la fracción que responde a la vicepresidenta Cristina Kirchner deslizaban off the record que el entendimiento con el Fondo “no se llora ni se celebra”, algo similar a lo que el propio Jefe de Estado le dijera al periodista Mario Wainfeld en Página 12 para una nota que se publicó el domingo pasado y también parecido a lo que expresara el propio Néstor Kirchner el 12 de septiembre de 2003, cuando consiguió la aprobación de la carta de intención por parte del staff del organismo: “no es ninguna panacea”, aseveró en aquel momento.

Sin embargo, cada tribu de la coalición masculla su bronca y tramita facturas a sus adversarios internos, algunos con más inmadurez que otros y otros con más inquina que algunos. Por caso, un sector de la militancia kirchnerista hizo circular la anteúltima carta de la Vicepresidenta, fechada en noviembre de 2021, por la metafórica alusión al cetro del primer mandatario con la frase que indicaba que “la lapicera la tiene, la tuvo y la tendrá el Presidente”. Raro gesto de heroicidad, el de cinchar el sentido de una misiva para enrostrarle un presunto gol en contra al depositario de la representación escogido por la líder indiscutida del espacio. Como contracara y empardando el dechado de infantilidad, un funcionario de segunda línea en Casa Rosada susurraba a Realidad en Aumento que esta incertidumbre sobre lo que piensan la titular del Senado y La Cámpora abriría prematuramente el escenario de disputa de candidaturas de cara a 2023.

Mientras tanto, los tentáculos de la bestia que estrangula las fuerzas productivas argentinas y condena el país al desconcierto en el laberinto de la arquitectura jurídica y financiera internacional trascienden con comodidad la capacidad de intervención de ambos campamentos. A pesar de que el mismo Fernández y sus ministros admitieron cuando promediaba diciembre que ningún acuerdo sería bueno e, inclusive, luego de sacarse el peso de los impagables vencimientos para resguardo de los recursos argentinos en aras del crecimiento, los detractores de la reestructuración en curso señalan la aceptación de 10 misiones técnicas del Fondo en 2 años y medio y el achicamiento gradual del déficit fiscal como si quienes pusieron la mocha se golpearan el pecho con orgullo.

Sin ir más lejos, el 13 de septiembre de 2003 José María Pasquini Durán publicó un texto crítico para con Kirchner en Página 12, titulado Compromisos. “Si bien el gobierno nacional rechazó partes sustanciales de la propuesta del Fondo, lo que merece comentarios aparte, lo que aceptó significará esfuerzos considerables para los recursos públicos”, tipeó, y agregó: “para no abundar en los detalles que ya trataron los especialistas, alcanza con remarcar que causará problemas presupuestarios para realizar un plan de obras públicas que genere empleos masivos, para aumentar salarios estatales y jubilaciones y para financiar los programas de asistencia social, más de medio centenar, incluido el que se destina a jefas y jefes de hogar. Aun si la reactivación de la economía y el crédito puedan reanimar en el corto plazo y en términos razonables a los sectores productivos y a las exportaciones diversificadas”. Cualquier parecido con la actualidad no es mera coincidencia.

Entre esos párrafos, el periodista también consignó que el patagónico “exhibió coraje y audacia para fijar sus propios términos, asumió la conducción de las deliberaciones, se hizo responsable por el trato sin esconderse detrás del ministro de Economía y supo cuándo debía aflojar la soga antes de que se rompa”. Y aunque lamentó la impotencia del Estado nacional, que debía comprometer ingentes cuotas de su superávit al repago de la deuda, ponderó que el Presidente “en lugar de pavonearse como un héroe de cartón, presentó un balance realista de lo que significará el acuerdo para el país”. “Sabe, con seguridad, que esta pulseada recién empieza”, abundó, y advirtió: “ayer mismo, el titular del FMI, Herr Köhler, insistió en que sin aumento de tarifas de los servicios públicos Argentina no tendrá crecimiento”. Otro de los despropósitos de los cruzados de la ortodoxia foránea era que Kirchner dispusiera la privatización del Banco Nación, deseo cuya complacencia jamás analizaría siquiera.

Fuentes del Senado, por su parte, concedieron que aquellos cabildeos supusieron sinsabores para el país pero reivindicaron la osadía posterior del otrora gobernador santacruceño, y destacaron además el triunfo diplomático que se traducía en noticias favorables en la prensa internacional. Para comparar el arrojo de Kirchner con la conducta que asuma Fernández resta que empiece la refriega por las revisiones periódicas. Las repercusiones informativas de aquellos días constan en los archivos. El Nuevo Herald, de Estados Unidos, tituló el 12 de septiembre de 2003: “La óptica de Kirchner le gana un partido al Fondo”, y en su interior fundamento que el presidente argentino “impuso su posición al FMI”. El Mercurio, de Chile, estampó: “Poder de negociación del FMI queda en jaque tras el acuerdo con Kirchner”.

Acuerdos, ayer y hoy

En 2003, Argentina se comprometía con el Fondo a un superávit del 3% del PBI, lo cual implicaba resignar la reinversión de ese excedente en las urgencias del mercado interno y las asignaturas pendientes de la posconvertibilidad, con casi la mitad de la población sumergida en la pobreza, para pagar 12500 millones de dólares en 3 años mediante un préstamo stand by, es decir, rollover. Ahora, Guzmán cedió una rebaja gradual del déficit y, según sus explicaciones, no implicaría un achicamiento del gasto porque se supliría la retracción pautada con el crecimiento económico y el incremento de la recaudación fiscal. No obstante, comunicadores identificados con el kirchnerismo y dirigentes políticos reticentes a la naturaleza del albertismo se despacharon con impugnaciones al anuncio del gobierno actual y se solazaban con el pago cash que propinó Kirchner al FMI a fines de 2005, sin reparar en el largo itinerario de tensión entre los dos actores en los dos años previos.

Lo que muerden los organismos, sea bajo la disputa del superávit o la exigencia de achicamiento del déficit, no es solo el dinero contante y sonante que pretenden cobrar por ventanilla sino también la perpetuación de la condición subdesarrollada del país deudor. Con más déficit o disposición autónoma del superávit, cualquier Estado siente las manos libres para desplegar la fuerza de sus bíceps. El organismo parido tras los acuerdos de Bretton Woods funge de ariete para extender los plazos de la dominación económica para el disciplinamiento político.

Si para muestra basta un botón, valgan las estimaciones superavitarias de aquellos tiempos y el airado reclamo de Kirchner a principios de 2004 para que sus acreedores no demoren el veredicto de sus supervisiones. La primera misión había acontecido en noviembre de 2003 pero el mandatario argentino pedía mayor celeridad, como quien guapea ante el rival que pretende medirlo, porque el staff demoraba su aprobación. Tanto fue así que el gobierno había llegado a evaluar la posibilidad de no pagar 3100 millones de dólares que vencerían en marzo, si los acreedores del Fondo y los bonistas privados seguían mostrando los colmillos para lanzar tarascones más ambiciosos sobre las arcas públicas.

Tal como se explica en un informe de la política exterior argentina elaborado por la UNLP y coordinado por Alejandro Simonoff, el país había alcanzado “a fines de 2003 y principios de 2004 un crecimiento del PBI de 8,7%, generándose por esto un punto de tensión con los acreedores, el G7, EEUU y el FMI, quienes pusieron en duda la ‘buena fe’ del gobierno para negociar una segunda reestructuración”. Por eso escaló la tensión, hasta que a mediados de abril el hindú Anoop Singh, director de políticas del FMI para América latina, apaciguó las apetencias del organismo como antes lo había hecho Köhler, a quien Fernández atribuyó este fin de semana dotes de dirigente político por haber comprendido la realidad argentina hace 20 años.

Quizá fue en los idus de marzo que Kirchner empezó a masticar la urdimbre de acumulación de reservas que le permitirían sacarse el yugo de la deuda en diciembre de 2005. Para eso, haría falta que echara a Alfonso Prat Gay del Banco Central y que la discusión con su ministro de Economía, Roberto Lavagna, ganara intensidad. También, precisaría de la acción política para que su base de sustentación creciera más allá de una agenda ardua de crecimiento a tasas chinas con salarios bajos. Bajo ese prisma, cobra otro cariz el discurso del 24 de marzo de 2004, cuando estrechó la identificación de su experiencia política con la lucha contra la impunidad de los genocidas, anudando la herencia en materia económica con los crímenes de lesa humanidad.

Fernández tiene a mano ese espejo histórico para comprender que una renegociación con los acreedores en condiciones de extrema debilidad no debiera inhibir ni su imaginación ni su iniciativa.